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ateo poeta

 

Se besaban salvajes,

a golpes, con ansiedad,

también con una dilatada

ternura, degustaban

su piel estremecida,

acoplaban sus torsos

como el agua al lecho

de su cauce, de pie,

con urgencia, en la plaza

de la estación.

 

El chaval que observaba

aquella escena milagrosa

se relamía maravillado,

intuyendo que eso debía ser

lo más apetecible

de este mundo.

 

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