Cuando pasa un huracán
comprendes el valor de un refugio
y de las escasas palabras que,
de verdad, importan.
Es cuestión de tiempo, de esperar
a que transcurra el tiempo.
Y luego apreciar, con no menos
melancolía, las huellas
de esa irremediable
devastación.
Una calma bajo la piel
se manifiesta después, en plenitud
en cuanto reconoces lo absurdo
de ajustar cuentas
con nadie.
Ilustración: Ana Nieto
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