Preferí imaginar que no
te desnudabas completamente,
que no había tiempo que perder
y los velos prolongaban la habilidad
de mis extremidades.
Tu luz celestial agitándose
a ráfagas, de rodillas sobre mi cuerpo
rendido, ajeno, absorbiéndote hasta
la saciedad. Mujer púrpura, mujer tuya,
mi tristeza no tiene cabida.
Por muy lejos, por muy oriental, por
mucha sed que revele la arena blanca,
es una epifanía cada culminación.
Nada que no puedas abrazar. Minerales
y espaldas que amas.
Cómo maduran esos rostros suaves,
esa tez besable que auspicia una
respuesta. Ibas hacia el crepúsculo
y nadie se opuso a tus vicios.
Destello lácteo, exhaustivo.
Portentosa maternidad, nacarada.
Me enrosco a ti, ya muera la noche,
queda agua.
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