Al hombre que ve doble,
al hombre que ve en llamas,
no le juzguéis con la fusta enmohecida
del castigo divino, nadie se merece
tal rasero ni claveles de un día.
Postergad el heroísmo. No os dañará
más el cuidado de las únicas aves
que nos resucitan. Permitid
que el asombro del vástago y de la madre
del rey solar y de la estirpe más ajena
inunden vuestras pupilas incrédulas.
Ya hemos contemplado suficientes
siglos de terror. Urgen antídotos. Hierbas
aromáticas en maceración con la palabra
tibia y los nombres ensortijados. O es que,
acaso, puede la virtud del mamífero sin
extinguir, remontar la pendiente.
Las elevadas estribaciones del anhelo.
La fe que se calcina en la lava punto y final.
La traición a la masa de pan que alimenta
a charlatanes y a físicos nucleares.
Amad a los seres huraños, tocad apenas
su desapego de lo tangible. Esa riqueza
sin saldo.
Hoy debo horadar un féretro de lamentaciones,
no me reservo otro quehacer leal a lo celeste.
El carbón de vuestras manos, los rostros
albos, el malestar moral que te lleva
a lo exhausto del lenguaje, los doy
por descontado.
Fotograma: Dziga Vertov
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