En la medida en que el lenguaje me traiciona
igual que una fiera desobedece al domador
con su natural y súbito arrebato,
un trayecto preciso de libertad
se instituye.
Eran los pétalos tersos,
una dulzura no empalagosa,
liviana, mártir,
una infinita comprensión del pálpito
lo que se disipaba de mi alcance en la carrera
como se disipan las huellas
y el sudor del esfuerzo.
La arquitectura
con su ropaje de andamios,
sobrevivir a la erosión de la intemperie,
suspender la ley que proscribe la afinidad
de la pieles iridiscentes.
Y arrancar ese anzuelo de las encías
por amor a las escamas
y a la corriente helada.
Fotografía: Daido Moriyama
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