Mendigar sexo
es mucho peor
que pedir limosna.
Nunca sales indemne,
se devuelve con creces
y continúas igual
de hambriento.
Lo que no deja de fascinarme
es la discreta elegancia
con que se suele disimular
el intercambio
feroz.
Mendigar sexo
es mucho peor
que pedir limosna.
Nunca sales indemne,
se devuelve con creces
y continúas igual
de hambriento.
Lo que no deja de fascinarme
es la discreta elegancia
con que se suele disimular
el intercambio
feroz.
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