Entre las prendas
deshilachadas
y esparcidas por el suelo,
pasan la jornada
ese puñado de chavales.
El ruido incesante
de las máquinas de coser
a destajo.
Algunas tejedoras silban
o canturrean
sin llamar mucho la atención.
La mirada fría del capataz
se distrae con su teléfono
móvil.
De los cables colgantes
saltan chispas
de vez en cuando.
Y los techos se desplomarán
cualquier día.
En el consejo de accionistas
alguien golpea la mesa
con vehemencia
por culpa de esos canallas
que les exigen mordidas
y comisiones.
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