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Reconozco
esos ojos brillantes y exclamativos,
casi saliendo de sus órbitas,
del chaval que me mira fijamente
cuando paso a su lado
en bicicleta.
Reconozco
su devoción por el viento
y por los árboles generosos,
por los caminos desconocidos,
su alegría de verano,
sus ansias de libertad.
No somos tan distintos,
nos separan algunos años
de aventuras y desazones,
pero sé que un día él también
pedaleará por el mundo
sin preocuparse demasiado
por el destino final.
frm@panix.com
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