Huyo siempre que puedo
de esos que se comprometen
a echar una mano
hasta que te descuidas
y, de pronto,
te han echado
el brazo al cuello
y te hunden y ahogan
y chapotean y miran
hacia otro lado
jactándose
de sus hazañas.
A menudo es
demasiado tarde
y a uno no le queda
más remedio
que bucear
y contener la respiración
hasta que se esfumen
tan voluntariosos
cooperantes.
Esos que te ayudan
y te dan más trabajo
son como los amores
que te matan
y nunca recuerdan
cómo.
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