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ateo poeta

 

Buscan amor.

Hacen lo imposible, el payaso

y el funambulista, escalan riscos

y paredes congeladas, sonríen cándidamente,

se fotografían para la eternidad.

 

Buscan amor.

Un amor blanco y diario, alimenticio.

Se enfadan y se contentan. Regañan,

recelan de las ventajas tecnológicas,

se lanzan los dardos más sangrientos,

blasfeman, se arrepienten y porfían

en los espejismos de su amor.

 

Buscan amor.

Simple y llanamente. Aunque trabajen

con denuedo hasta altas horas de la mañana.

Aunque derrochen compulsivamente

y alarguen la soledad hasta el amanecer.

Un amor prístino que nunca existió.

Un amor de andar por casa como un cojín

o un osito de peluche.

 

Buscan amor.

Escriben que buscan amor. Proclaman

a los cuatro vientos que lo merecen,

que tienen un derecho universal e inalienable.

Aquella explosión entre torso y espalda,

la luz mística y cegadora,

el silbo celestial que nos acompañaba.

 

Buscan amor.

Buscan, olfatean, desarrollan sus pesquisas,

ensayan y erran.

Regalan y son olvidados. Reciben y desprecian.

Nadie parece satisfecho con unas pobres

migajas, aunque deslumbren como estrellas.

Golpean duro en la fragua.

Cómo quebrarán después los armazones

y las soldaduras.

 

Buscan amor.

Sobre todas las cosas.

Por debajo de todos los gestos.

En las lecturas entre líneas.

Matarían si les arrebataran el conseguido.

Ese precioso piano de cola.

Ese lobo con piel de cordero.

El resplandor en los labios jugosos.

 

Buscan amor.

Y a menudo lo dejan en la cuneta

o que se marchite bajo el sol impune.

O no responden a sus cantos de sirena.

O siguen buscando porque ambicionan

más perfectos diamantes.

Esa inagotable locomotora, ese ingenio

desprogramado.

Ese vacío en cada laberinto.

 

 

 

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