Lo que me sale es
despotricar
a diestro y siniestro
cuando me suben
la rabia y la euforia
a partes iguales.
Por supuesto
que alguien tiene la culpa
de todo ello.
No me iba a comer yo
todos los sapos.
Pero semejante ritmo
no es sostenible.
Cuando estoy de recaída
me miro al espejo
y ese rostro manso
y sereno
como una enciclopedia
ilustrada,
me resulta
irreconocible.
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