Uno sabe tarde que cada punzada exclamativa
proviene de una plétora de agujas y ángulos,
que descuidamos el estado de sitio declarado
en las zonas circundantes y amoratadas,
que seguimos recibiendo ganchos como si tal
cosa, que nos levantamos una y otra vez
con la vista nublada aunque el sol florezca
y se gire hacia las llagas que abrasará,
uno llega tarde a limpiar la morada vieja y
los trapos sucios de la familia carnal, tarde
a ponerse una nueva máscara y más creíble,
uno se enroca con sus armaduras oxidadas
más veces de las permitidas por las reglas
del juego y se lamenta de las bajas en combate
de su contingente aliado, uno gime en silencio,
sabe tarde que la necesidad y la virtud
se bifurcan en la larga marcha de los caracoles
por más encrucijadas teóricas que planteen
los agrimensores, uno, en fin, aprende a
desplazarse clavando más adentro las picas
que lo laceraban a media asta.
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