En este exilio
el idioma
se te pega
a la piel,
a las maletas mohínas,
duerme en el suelo
de tu apartamento,
no gruñe
ni monologa
como un majara,
se cuela en los bolsillos
de la chaqueta,
se hace el muerto
y resucita de repente,
tararea canciones
prehistóricas,
vive en un limbo,
no paga facturas
ni es hacendoso,
dice pelillos a la mar
si has hablado
con otras lenguas,
se esconde en la alacena
como una lata
de sardinas,
envejece como un tesoro
o un diccionario
polvoriento.
A pesar de sus palabras
anticuadas,
consigue destacar
por encima del resto
de muebles
y así, a lo tonto,
se va haciendo
imprescindible.
Fotografía: Marc Riboud
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