Nada como escuchar
a un optimista
empedernido
para que se desate
mi vena
más cínica,
irónica,
catastrofista
o pervertida.
Y nada me irrita más
que escuchar
a un cínico
(o irónico
o apocalíptico
o integrado)
sobre los asuntos
más peliagudos
y dramáticos,
para que le salte
a la yugular
con mis arengas,
por mucho que me pese,
repletas
de optimismo.
No hay escapatoria posible
de ese círculo
vicioso.
Y si la hay,
tiendo a quedarme
con la mosca detrás
de la oreja.
Fotografía: Sebastiao Salgado
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