La más alta y erguida de las ancianas
relata su historia sin titubeos, extiende
un brazo evocando cada imagen mientras
apoya su mano izquierda en la rodilla para
contener la agitación de su cuerpo aún
como un roble a pesar de la edad, en el
otro extremo del banco recibe los apuntes
de otra anciana que cubre su pelo cano
con un pañuelo blanco y aún conserva
el mandil prendido a la cintura, señal
inequívoca de haber estado preparando
la comida poco antes de la tertulia,
en el medio, una de esas mujeres resistentes
a las adversidades rurales frunce el ceño,
se esfuerza en comprender el mensaje y
su trascendencia, no es algo gracioso ni
un cotilleo vulgar, todavía siguen en
guerra por su aldea, por ese amasijo
de piedras infinitas, por la conducción
del agua, pensando en los que se han ido
por su propio pie o con los pies por delante,
la cuarta de las señoras se cubre los
hombros del frío y se tapa la boca
como una filósofa que prefiere examinar
los detalles y su revés con calma,
quizá se trata de habladurías y no se
deben tomar decisiones a la ligera,
si no, cómo habrían llegado hasta
aquí, no es acaso este tipo de reuniones
y consejos los que luego se filtrarán
en cada hogar, los que dejarán huella
en el resto de supervivientes junto
a la chimenea, en los colchones de lana,
su dignidad no conoce modas ni atascos,
son dueñas de todas esas ruinas y del
aire que las habita, de las fuentes limpias,
del bosque caduco, son cuatro flores
de nieve en todo su esplendor.
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