No es el sexo
ni el amor.
Es la soledad
la que me resulta
adictiva.
Es la soledad
la que me provoca
síndromes de
abstinencia.
La misma
con la que llego
a acuerdos
amistosos
de separación
que enseguida
se vuelven
papel mojado.
La dichosa
y maldita
soledad
que sabe más
que el hambre.
La fiel y,
sin embargo,
traicionera.
Fotografía: Alyona Surikot
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