A este ritmo
el gran colapso
acaecerá
más pronto
que tarde.
Las lamentaciones
y llamadas
a la sensatez
se hundirán
en el légamo.
Nada nuevo,
es lo habitual,
para qué
escuchar
a un árbol.
Los gorriones
petrificados
y envueltos
en una tóxica
nubosidad
como egregios
representantes
de la memoria
del canto.
Se habrán vertido
ríos de sangre
inocente
y unas gotas
escasas
de la culpable.
Aunque ya
no será tiempo
para distingos
morales.
Hasta los números
irracionales
y transcendentes
perecerán
devorados
por el mismo
magma.
Y quién calculará
los días dulces
del verano
cuando todo
el pálpito apenas
exprese
su agonía.
Hoy sólo
deseo
un suicidio
purgador
de quienes
tienen la sartén
por el mango.
Al resto
de criaturas
no nos queda
más remedio
que ir
preparándonos
para lo peor.
Y que no
esperen
que compartamos
los milagrosos
instantes
de felicidad
que se nos crucen
en el camino.
Como no sea
con el propósito
de amargarles
la vida.
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