Cuando una flor
se marchita
es muy socorrido
pensar que anuncia
lo inevitable
en otros órdenes
de la vida.
Yo no suelo hacer
caso alguno
de la superstición,
pero es una fiesta
comprobar
que hasta
en la más delicada
pueden surgir
brotes nuevos
y hojas
que recuperan
el verdor.
Quizá, ni muertas
vivientes
ni prodigiosos
milagros.
Tan solo ciclos
pasajeros antes
de la derrota
final.
Fotografía: Luiza Potiens
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