El escritor
tiene su público.
Si no lo elige,
será el formado
por otros
escritores,
críticos o
aduladores
y asiduos
a las veladas
literarias.
Ese pequeño
círculo
de su misma
condición.
La inercia
a reproducir
los códigos
de la estructura
de clases.
Si lo que elige
es inyectar
su virus
en los desposeídos
de las tecnologías
de la palabra
o en sus víctimas
por indigestión,
nada le asegura
el éxito
pero huirá,
en el lapso
de un sueño,
de las cadenas
habituales.
Tanta soledad,
qué se había
creído,
también tiene
un precio.
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