No son muchas.
Digamos, para redondear,
que una por cada mil.
En cualquier latitud.
Pueden adoptar colores
más oscuros o satinados
en su piel, es lo de menos.
Su magnetismo radical
no deja indiferente, pero araña
las convenciones.
Resiste las etiquetas.
Si se agolpan varias al unísono,
estás de suerte porque es baldío
ponerse a contar.
Te asaltan y laminan.
Son la belleza del discurso,
el átomo en su acrobacia.
Las diosas que no exigen
oración.
Fotografía: Sofía Santaclara
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