Ando a vueltas con las memorias
de Althusser. Nunca fue santo de mi devoción
pero es un texto que conmueve.
Dice que “un comunista nunca está solo”
pero que él, el filósofo, se empeña en construir
su soledad, y desde ella.
También que “la filosofía representa la lucha de clases
en la teoría” y que la transformación del mundo
comienza por esos baluartes, no por deshacerse
de ellos.
Se nota que era un hombre que pensaba
en la práctica y que se tomaba en serio
la materia, la historia y la dialéctica
aunque le internasen a menudo en hospitales
psiquiátricos y acabase estrangulando
a su mujer.
Esa tragedia y sus lúcidas meditaciones me
perturban, incluso con ansiedad.
¿Qué papel juegan, qué efectos producen
nuestras palabras en la navegación,
las derivas y las batallas infinitas?
El francés enunció otro dardo de carácter
más geológico: sondear los estratos
del pensamiento antes del análisis
minucioso, antes de la extracción
de una perspectiva global.
Prudencia, pues, sin caer en los brazos
amorosos de lo contingente.
Nada es baladí. No corromper
los anhelos de libertad y democracia,
ni su matriz subjetiva.
Ni mucho menos
en períodos post-revolucionarios.
Me agrada esta lectura fuera de modas
y, a un tiempo, extenuante, incisiva.
Desenmascarando el riesgo
de escribir.
Aunque no hable de todos los temas
que me apasionan y atormentan,
toca hueso
y no se deja encasillar.
Es sincero y verosímil, fresco,
turbulento.
Y, sobre todo, destruye convenciones
bien arraigadas en los círculos
intelectuales.
Con estas ideas,
más piedras en el camino.
Fotografía: Miguel A. Martínez
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