Estás tocando el violín, la noche cae lenta
sobre los edificios. El crepúsculo arde.
Sobre la mesa blanca hay una copa de vino
en las últimas. Buscas. Respiras. Me besas
y me ciñes a tu torso. Un tigre asciende
la cumbre nevada. Los almendros ya
florecen. Pienso en una luz cálida.
La existencia inesperada. La futilidad
de los planes. Desnudarnos y posponer
la cena. Lo inevitable, amar sin concesiones,
árbol, resina, aire, sobre la madera, un día
entero de escritura aún bullendo ahí.
Menos gente, menos tráfico. Nadie oye
nada pero un carguero mercante amarra
cada diez minutos. Mientras estás.
Y no esos correos, esas imágenes poco
precisas, la voz metálica, las carpas,
los tiburones en plena reproducción.
Probetas. Cálculos. Necesitas volver
para esos trámites con abogados.
Decidir, nadar, la mejor arena, dices.
Hoy no. Gemimos. Es imposible
la fotografía, por eso. El estuche abierto
del violín. Podríamos cocinar algo.
Fotografía: Sanghyeok Bang
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