La mente clara, las ideas cortantes
como cuchillos. Percibir el mundo
al revés, a contracorriente, deshecho,
en gestación, los hilos que lo manejan,
observarlo todo con sorpresa si no
con repugnancia. Necesito entonces
mis dosis de fábula, hacer algo,
poner voz. Apuntar hacia dónde
se atisba una escapatoria, cómo,
qué armas para la resistencia interior.
Desalienarme. Encontrar grietas,
saturaciones, consuelo.
Eso los días que me reencuentro
con ese individuo reflejándose
incrédulo, que lleva mi nombre
adherido y cuyas facciones
indican una estirpe familiar
que calla los peores episodios
de su reproducción.
Eso cuando las garras del placer,
la rutina coagulada, los cristales
en las manos, la obsesión
con la muerte y sus acólitos
en disfraz de respetables mensajeros,
la narcótica conformidad
y las manzanas podridas
me conceden
una tregua.
Fotografía: Eduard Barnieh
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