Hoy tocan misteriosas sinfonías orquestales
de Górecki y Arvo Pärt en mi programa de radio
favorito. Deberían calmarme, elevar mi
espíritu a un estado de gracia e introspección
ajeno al mundanal ruido. El arte posee dichas
pócimas mágicas, según la opinión al uso.
Y, sin embargo, estoy que me subo por las
paredes. Apenas han pasado dos semanas y
me parecen siglos. Lo normal no es lo normal.
Me asaltan a cada poco las memorias de tu
cuerpo festivo y lujurioso eliminando todo
centímetro de distancia con el mío. Esbozo
un relato breve en el que sufro un accidente
y no puedo volver a follar. Te pediría que
nos quitásemos la ropa cuando hablamos
a través del ordenador si no fuera por todos
esos piratas de las redes al acecho.
En el tercer párrafo o estrofa se acentúa la
disyuntiva: volver al tono existencial y
transcendente (que si habitamos una serie
de quimeras y sucedáneos de la única
verdad que es morir, que si la virtud se
halla en un cráter tan remoto a juzgar por
la empírica humanidad que nos circunda
y los ocasionales atisbos de belleza)
o continuar por la senda del poema de amor
con luces de bohemia.
Fotografía: Sára Saudkova
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