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ateo poeta

 

Aguas grises, como cloacas y como líneas de la mano,

confluyen en cauces mayores donde lo turbio se mezcla

con una corriente de embarcaciones y de ropa tendida

en los márgenes, y los residentes de tez morena y los

turistas desorientados se transportan de una orilla

a otra porque el día tiene que cundir y las sandías

troceadas se tienen que vender y las tortugas deben

respirar antes de su último aliento, aunque en el aire

se use un inglés paupérrimo como herramienta de

trabajo y el conocimiento exija conversación, no

pontificar, antes de abrir un boquete en las contiendas

del presente.

 

No me desconcierta más esa pérdida de tiempo por

visitar los templos e interrumpir la gaya oración con los

pies descalzos, los andamios profanos y el escepticismo

que sostienen todo el mercado de los dioses de piedra

y de las clases acomodadas, porque, si no, quién

diría impasible que la noche pasada y los gritos de amor

y las bocas secas por un salario mínimo, pueden

determinar la tendencia a cubrir con una espesa

túnica de azafrán la serie aleatoria de nuestros errores

reincidentes.

 

Es invierno y es verano, la escritura permanece estable

sobre un volcán en ascuas, no puedo ser ajeno a esa

descomposición tan familiar, me irrita el culto y la

sumisión a personajes de cartón mate, pero vago

como una sombra, el horizonte se tambalea por el eco

en falsete de los papagayos, en qué piel virgen de la

adolescencia se tatuarán las batallas perdidas y acaso

esa incomodidad de las habitaciones ajenas puede

ensanchar las agallas por las que respiran, por las que

hacen agua, los ojos petrificados, y la luz espectral

de una fotografía.

 

La crin y los músculos del caballo alado de la

pobreza, las ruinas cálidas y solitarias sin más espejo

retrovisor que un trayecto corto donde olvidar

que la sorpresa también es efímera, que no hay virtud

sin espinas, que es el artificio de los negocios lo que

corroe, la acidez, la guindilla demoledora, la venta

de patrañas en forma de presagios, y tantas capas que

se superponen porque siempre hemos preferido huir

hacia adelante que andar con los pies desnudos,

el deseo viejo a un racimo de flores chillonas

a punto de perecer.

 

 

 

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