llego al final del libro –Estrategias del deseo, Peri Rossi-
y vuelvo a empezar, por si me había perdido algo
-una batalla memorable, un resplandor, unas gotas
de esencia de enebro-
mientras, he ido doblando las esquinas de las páginas
más luminosas, como quien subraya los apuntes
del profesor,
pero sólo las esquinas superiores: no admito
siameses, dos buenos poemas consecutivos
-cuándo tendría tiempo para su digestión-
al paso también he ido podando las marcas publicitarias
y toda escena poco erótica,
para qué me sirve si no me rasga las vestiduras
ni multiplica mis deseos hasta el rubor, y el grito
-para no dar envidia a los vecinos, ya me he cerciorado
de que la música esté bien alta-
por fin, lo he comprendido todo: nadie me ha embriagado,
no hay nadie a quien pedirle la cuenta,
ella ya está de vuelta, ya lo sabía: esa fuerza motriz
siempre es fugaz, intermitente -¡solitaria!-
si gana, pierde; si pierde, no se deja ganar,
sólo busca un libro en blanco, cada vez
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Vaga-Mundo -
Bea -