canciones
687 kilómetros conduciendo pueden ser una eternidad o una simple etapa de un viaje hacia no se sabe dónde. Poco después de pasar Haro hay dos señales que indican distancias a numerosas ciudades, todas muy alejadas de Logroño, mi punto de destino. 693 kilómetros a Alicante, decía. Y me acordé de mis amigos allí y de los amigos de otros amigos y de quien se pasa la vida en la carretera de un lado a otro. Es curioso, todo continúa. ¿Qué señalizaciones excéntricas habrá en Alicante: Huelva, Faro, Port Bou, Ámsterdam…?
El domingo había amanecido radiante en Galicia. Un domingo templado, otoñal, imprescindible. Desde que se inició el crepúsculo del día, adelantado ahora a poco más de las seis de la tarde por mor de los designios tecnocráticos, una luna llena, repleta, saciada y sublime, se dejaba vislumbrar entre algunas nubes veloces y regalaba, por su cuenta, toda su luz a raudales. Durante todo el viaje, como siempre, me dediqué a rastrear músicas entre las bolsitas de los “cds” y a adivinar en qué momento y con qué frecuencia se resintonizaría de nuevo “radio 3” después de Ourense, antes del Padornelo, entre Benavente y León, el vacío mesetario al atravesar Palencia, 94.3, 99.9, 101… Otras veces, cuento y recuento velocidades medias, minutos por kilómetro, kilómetros entre ciudades, sólo para no dormirme.
Después de escuchar viejos temas de los Doors, Fela Kuti, Lou Reed y Van Morrison, me pasé a la sección de skatalíticos y alter-latinos, desde Los Fabulosos Cadillacs, Manu Chao y Amparanoia, hasta otras cancioncillas de grupos menos conocidos como Ki Sap, Nen@s da Revolta, Os Diplomáticos de Monte Alto y los inimitables, e irrepetibles, Hechos contra el Decoro. Sería por la luna, sería por las meditaciones que provoca todo viaje, dos canciones me laceraban las cuerdas vocales, como si las estuviese inventando yo mismo. Como si el tiempo no les hiciera mella: “Antídoto” de Potato y “La huella sonora” de Juan Perro.
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