No quiero morir en la carretera. Como todas esas
alimañas que yacen sobre el asfalto en su mancha roja.
No quiero morir. Aunque hay días que me siento
como si resucitara. Me han matado muchas veces
pero las balas me han atravesado. Y me miro perplejo.
Extrañado por los nuevos orificios y porque sigo
sobreviviendo a las balas, los días y los asesinos
de tres al cuarto. No sé si les falla la puntería o si
mi corazón va por libre y las esquiva ágil cual androide
de Matrix. En serio, no quiero morir. Ni contemplarme
horadado, ni enorgullecerme de mis fracasos como
ese edificio de Sanchinarro con el vientre perforado.
Y juro por Borges que no se trata sólo de mi yo poético
que ya sufre bastantes metástasis el pobre, a mi pesar.
Estoy harto de morir. De morir viajando, trabajando,
fracasando, denunciando, opositando. También es cierto
que, como buen inconformista, me hartaría fácilmente
de lo contrario. Así que no tomen esto como una queja.
Es sólo una declaración de amor.
2 comentarios
ateopoeta -
Una de las forjadoras de sueños -