utopías
Los últimos libros que he leído no son literatura al estilo clásico. Pero me permiten jugar a deslizarme desde la realidad a la ficción y viceversa, como si resbalara por una banda de Moebius. Por una parte he rescatado de la marginación “Walden Dos” de Benjamin F. Skinner (1948). Marginación en mis estanterías, pues los psicoanalistas y freudomarxistas lo asediaban implacables y lo mantenían en el ostracismo desde el día en que lo encontré en alguna librería de viejo. Skinner era un psicólogo conductista que, sin embargo, creía firmemente en la perfectibilidad humana y en un mundo futuro armonioso, cooperativo y guiado por simples principios científicos. Y así escribió “Walden Dos” que, todo hay que decirlo, no es ningún prodigio literario, al revés que ocurre, por ejemplo, con dos de las contrautopías que sí figuran entre las narraciones imprescindibles del siglo pasado: “1984” (de George Orwell) y “Un mundo feliz” (de Aldoux Huxley). Alguna otra utopía que a mí también me asombró fue “Ecotopía”, de Ernest Callenbach, quizás por su crudeza realista ante las cuestiones ecológicas y bélicas. Walden Dos es menos desalentador de lo que suponía y comparte muchos elementos con las distintas versiones de comunismos igualitaristas, aunque deja muchas lagunas de ambigüedad en manos de supuestas ingenierías de la conducta, de la cultura, del gobierno, etc. El segundo libro que, sin embargo, me ha dejado mejor sabor de boca es el relato de las aventuras y desventuras de una comuna que intentó seguir al pie de la letra las especulaciones de Walden Dos. Se trata de “Un experimento Walden Dos. Los cinco primeros años de la comunidad Twin Oaks” (Kathleen Kinkade, 1973). En este caso la historia se presenta como una crónica verdadera y la prosa es mucho más fluida. No pude evitar sonreír con frecuencia, quizás debido a que me acordaba de muchos otros libros semejantes que leía con fruición hace años (los de Pepe Riba y Keith Melville, por ejemplo) y de tantas experiencias urbanas y rurales que siempre me han apasionado. El pasado fin de semana visité, precisamente, a unos amigos que llevan unos años iniciando un nuevo intento de vida en común en las cumbres de la sierra del Suído (Pontevedra). Y en unos meses iré a un congreso sobre utopías en Plymouth (Inglaterra). Así que no debo estar tan inmunizado como pensaba. Lo que me sigue fascinando es el poder performativo de algunas palabras, de algunas historias de ficción y hasta de sociedades completamente inventadas. ¿Por qué son tan persuasivos esos “cuentos” que impelen a actuar, a creerlos y a hacerlos realidad? ¿O por qué hay gente que se deja persuadir? ¿O por qué vemos una persuasión donde sólo hay experimentos vitales que cogen algo de unos libros, algo de sus propias vidas y algo de muchas otras vidas a su alrededor? La realidad, no obstante, es más tozuda y 40 años más tarde Twin Oaks no parece haberse atenido mucho al espíritu y letra de Walden Two (http://www.twinoaks.org/clubs/walden-two/bastard.html).
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