Ostiones
“-¿Pero no ve usted papá que esa mujer le roba el dinero? ¿Es que está usted ciego para no ver que usted no le puede gustar, que sólo está con usted por su dinero y que si usted no fuera rico ni siquiera miraría en su dirección si se caía muerto?
El padre de pronto sintió su vejez. Algo se encogió en su interior, pero fue sólo un instante. Dio una última chupada expansiva al tabaco antes de apagarlo en el cenicero y preguntar a su vez:
-Dime una cosa, Eddy. ¿Cuál es mi plato favorito?
-Los ostiones -respondió el hijo en seguida.
-Bien. Veo que todavía te acuerdas de mis preferencias.
El hombre hizo chasquear un dedo y llamó:
-Eusebio, la cuenta.
Demoró su respuesta hasta que le trajeron la cuenta y la firmó. Entonces se puso en pie y le dijo al hijo, su cara frente a la otra:
-Las ostiones. ¿Y le he preguntado alguna vez a las ostiones si yo les gusto, para comérmelas?”
Guillermo Cabrera Infante, Así en la paz como en la guerra
Como se puede deducir fácilmente, el caso cubano aquí retratado con cierta hilaridad por Cabrera Infante ilustra una variante de la prostitución, manifiesta en la pareja o matrimonio de conveniencia. Es decir, en la prostitución con un cliente fijo que deriva en pacto de convivencia duradero, hasta que el miembro mayor y más adinerado fallezca o clausure el contrato, pues es él quien tiene la sartén por el mango. Evidentemente, también se trata de una de las variantes más voluntarias de prostitución por parte de quien sólo posee su cuerpo como medio de subsistencia, pues si su juventud y belleza están bien cotizadas culturalmente, al menos podría cambiar de pareja en el corto plazo. En todo caso, no dejaría de mudar una situación subordinada por otra ya que siempre carecerá del capital para comprar el cuerpo que desee o para unir a él su patrimonio de una forma mutuamente rentable (o, cuando menos, no dependiente uno del otro). Si no existe una cierta igualdad material entre los miembros de una pareja, el contrato tiende a adoptar una de las modalidades de prostitución (o, si se prefiere, de servidumbre consentida). Aunque sería lamentable que una sociedad se organizase de forma generalizada sobre esas bases, como durante siglos ha ocurrido cuando la mayoría de las mujeres carecían de posibilidades para controlar sus propios medios de subsistencia, sería un error considerar toda relación amorosa o sexual desigual como una falla moral. Hasta cierto punto, el anciano personaje que se deleita con las ostras en este cuento o la Judith de la película “Cliente”, no hacen más que distribuir parte de los frutos de su trabajo de una vida (otra cuestión sería valorar los medios que han seguido para acaudalarse de esa manera) con alguien menos afortunado excepto en algo que para ellos es escaso y casi imposible de obtener con una cierta calidad (por eso prefieren comprar amor y sexo permanentes una vez que han definido nítidamente su preferencia). En el caso del profesor de “Elegy” podríamos pensar que abusa de su posición privilegiada como impositor permanente de ideas sobre sus alumnas (el prestigio encarnado en una rutina de atención a su palabra sagrada) y como evaluador arbitrario de su formación superior (rara vez el poder de poner notas es colegiado). Eso le abre un gran abanico de oportunidades relacionales en comparación con otras profesiones o con las que tienen sus estudiantes. Por lo tanto, es altamente probable que las aproveche para saciar los huecos de su vida matrimonial o para iniciar nuevas parejas con jovencitas (aunque menos probable, nada nos impide apreciar la misma lógica a la inversa -entre profesoras y jovencitos-, como bien prueba el caso de Judith y Marco). Lo que ocurre también es que muchas de esas jovencitas no venden barata su fuerza de trabajo, su cuerpo ni su alma, pues pueden provenir de clases sociales semejantes a las del profesor (o, incluso, superiores) o tener amplias posibilidades de ganarse la vida de forma independiente. Por ello, en muchas ocasiones se aprecia aquí una cierta ansia de aventura o de transgresión por ambas partes que no redunda necesariamente en un contrato típico de prostitución. De hecho, el término resulta capcioso o confuso en todas esas situaciones en las que la relación no es puntual y la transacción directamente monetaria. Desde un punto de vista poético, más que moral, pocas de esas relaciones resultan tan vitalmente enriquecedoras y revolucionarias como las que se producen entre amantes donde media el deseo con plena hegemonía. Pero sería también una ilusión limpiar de toda mancha económica, cultural o social a aquellos que se unen en una más aparente igualdad eventual. Sobre todo cuando escampa la conciencia de que, casi siempre, el delirio tiene también sus días contados, por mucho que nos cueste aceptarlo. ¿O será que es que tengo el día cenizo?
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