hay ciudades tan saturadas de turistas
que me olvido de aquellas lecciones enciclopédicas
de los profesores de latín y de historia,
con sus sonrisas satisfechas de saber
y de saber que les prestaba atención con mi cándida
avidez, sin sospechar qué futuro me deparaban
mis extravagancias, esta constante ingenuidad,
la incredulidad, el solipsismo, no sé, este uso tan etéreo
de la ciencia, fijándome en la gente que vuelve a casa,
en las facturas sangrantes de los restaurantes,
en los ojos azules y el vino rojo como el comunismo
que nunca existió, respondiendo que necesito más tiempo
para entender los planos, y luego desaparecer
tras el rastro de otro nicho anónimo, de la esperanza
de amores verdaderos e imposibles, con la única
certeza de que sólo los desesperados viven sin prisa,
conocen la brutalidad a la vuelta de la esquina,
desconfían de los escaparates y del funcionario,
me hacen gracia, de verdad, todos esos turistas
agolpados junto a los monumentos, quemando
el tiempo, cumpliendo fielmente las rutinas,
ignorando los derechos, la vida minuciosa
entre frutas, vecinos y bicicletas, olvidando,
tras la última digestión, todas esas informaciones
inútiles que dictan las agencias de viajes y los
especuladores, y, sin embargo, echo de menos a aquellos
profesores a quienes interrogaba extenuante,
que no censuraban mis disensos, que escuchaban
a los inmuebles y conversaban con nativos y foráneos
en vez de de posar para fotografías de sobremesa,
tal vez es sólo un remordimiento de clase media,
querer renunciar a los privilegios, una intención vaga
de ser ciudadano, habitante, miembro de esa amalgama
contradictoria, no sé, me pierdo, es difícil poner
un punto y final, hay barreras por doquier
y formas de esquivarlas, de residir en la ausencia,
la proximidad siempre se halla perforada
por soledades intangibles y por tácitas confianzas,
pero esto no es un ensayo, ya está bien, sólo quería
declamar bien alto que el halo poético del consumo,
del urbanismo y que etcétera, etcétera
no conducen a nada más que a estos insulsos
arrebatos de vanidad y nostalgia en los hoteles
0 comentarios