wings fo desire (Wim Wenders)
17/09/07, mañana debemos madrugar, Mario tiene cita con el foniatra, y casi nos hemos quedado dormidos los tres viendo esa película lentísima sobre Berlín, pero yo no dejaba de bucear en mi vida haciéndome preguntas, un poco absorto, como queriendo entresacarle el sentido a cada instante, a cada anécdota del día… así que no me he podido ir a dormir, en la radio ya era la hora de “Cuando los elefantes sueñan con la música”, me he tomado un bocadillo de plátano y un yogur mientras los niños se acostaban, y el corazón me ha dado otro salto de gigante al leer ese mensaje de amor en el móvil, no me podía ir a dormir, aunque escribir no ordene necesariamente las cosas, ni acorte las distancias ni nada parecido… el protagonista de la película decidió dejar de ser simplemente un benefactor de los demás para arriesgarse él mismo a sentir y a padecer, en medio del muro de la vergüenza que separaba las dos Alemanias dice “voy a lanzarme al río, a observar al nivel de los ojos en lugar de hacerlo desde arriba”, y la chica protagonista, dejándose mecer durante un concierto de Nick Cave, piensa que ha soñado con alguien que no conoce y a quien espera confiada en que la casualidad los reúna plácidamente, sin esfuerzo, como si estuviera leyendo las románticas intenciones del guionista… llevo semanas con el antiguo ordenador averiado y, mientras tanto, se han ido descolocando los archivos, dispersándose y mezclándose entre copias de seguridad y memorias virtuales, se han sucedido los desplazamientos por aeropuertos, se han aplazado los trabajos más urgentes y ya se agolpan otros nuevos en la fila de espera, poco a poco desaparecerán los días de playa y yo sólo retendré, casi con lágrimas en los ojos, los momentos más terriblemente poéticos de la vida, las palabras voraces del deseo, ese murmullo sincero de dulce serenidad interior… el “ángel” de la película acababa reconociendo que sólo volviéndose mortal, vulnerable y sensible, había llegado a comprender por qué las personas se pueden admirar mutuamente, y eso le maravillaba, le empapaba de la belleza simple de la gente con la que de forma un poco ingenua se iba cruzando, aunque él, desde luego, acaba gozando de la recompensa que le reserva el guionista enamorado de los finales felices: la hermosa acróbata de circo vestida de rojo que se le acerca y le entrega incondicionalmente los besos que todo lo inauguran, cuando todo empieza por primera vez, y la edad o el pasado importan muy poco… admirarse mutuamente, no es mucho más lo que puede definir el amor sin abalorios, admirarse tan sólo puede parecer frío pero entraña comprensión por la virtud ajena, por eso tal vez sea uno de los ingredientes esenciales de lo que te llena y te deleita, como aquel anciano en el Mercat de Sant Antoni recomendándonos sus libros preferentes de poesía, o el partido de baloncesto con Luis esta tarde emulando a los jugadores del España-Rusia de ayer, o las conversaciones culinarias con las dependientas del supermercado, también ahí nos admiramos mutuamente y, en un acceso fugaz de inmortalidad, nos creemos que volamos por los aires…
1 comentario
Polikarpov -
Vuelo desde cualquier lugar. Abajo veo la línea verdosa de los ríos, los cuadrados pardos y rojos del campo, algunos bosques. Se muy bien lo que sentía Saint Exupery pilotando su P-38 sobre el mar, ya con 44 años. Solo en el mar, solo sobre el cielo estamos a solas con nosotros, solo allí fantasmas y deseos no son nada. Solo allí la soledad es un espacio real y gigante, solo allí el horizonte tiene su sentido. A los hombres nos gustan los barcos y los aviones, soñamos con atravesar océanos en solitario, volar horas y horas intentando alcanzar el sol del otro lado, sentir que por muchos días todas sus horas pueden tocarse. Icaros, Nemos, Simbads todos los niños quisiéramos un velero o un avión para dejar esos futuros de oficina y teoría, pero para engañarnos, nos regalan juguetes o promesas.
También los besos en un barco o sobre el cielo saben diferentes, amor en el viaje, camino del sur, cuando quedan muchas horas por delante y ninguna otra cosa que hacer que besar y hablar, recuerdo la historia de Saint Exupery y su amor por los aviones, un P-38 es bello y raro, rápido y ruidoso, difícil de pilotar, agilísimo en manos de aquel piloto cuarentón, escritor, triste. Hoy vuelo solo, apenas dos o tres pasajeros soñolientos, distraídos con sus papeles, sin ganas ni tiempo para mirar abajo y sentir el placer de descubrir el nombre de los ríos que volamos. Descubro que llegaremos pronto a la edad de de Antoine. El desapareció en el mar, tal vez las balas enemigas, un fallo del motor, del oxígeno de la cabina, un infarto o el deseo de acabar allí y no dejar de volar nunca. No es que me sienta viejo, solo siento estar tan lejos y tan alto hoy y no a al lado de un amor como hace muchos años para compartir un vino frío y una historia de aviones olvidada.