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fusiones

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Unas últimas semanas llenas de turbulencias y desplazamientos me habían distraído de la memoria de los placeres sublimes. En particular, de las emocionantes fusiones jazzísticas que me atravesaron el último mes en algunas de las mejores salas de Madrid (El Junco, Tempo y El Sol), y también del magnífico concierto de Le Punk, con su rock melancólico y lleno de vientos y metales afrutados en La Fábrica de Chocolate (en Vigo). Los grupos encarnados entre las penumbras madrileñas: Ajjo A Banda, Dead Capo y Speak Low. Sólo con el último repetía el trance de funk-jazz después de unos años, y sus nuevos temas elevaron aún más el listón del mestizaje a través del boogaloo o el soul radiantamente entonados por Julián Maeso (http://www.myspace.com/speaklowfunk). De los primeros, los murcianos, sólo decir que tanto la aparente locura transitoria del teclista como los lamentos aflamencados, jondos e intermitentes del cantante, segaban el aliento de cualquiera (http://www.myspace.com/ajjoabanda). Dead Capo siguen igual de inclasificables después de unos cuantos años transgrediendo géneros y sonando tan cinematográficos, pero a mí me dejaron estupefacto sus versiones surf con un contrabajo y un guitarra excepcionales (http://www.myspace.com/deadcapo). A los madrileños de Le Punk me los fui a encontrar al atlántico, con su estela no menos ecléctica y de rotundo oficio en el escenario. Tan pronto parecen que te sumergen en un tango como que te arrancan jirones de desamor a lo Calamaro (http://www.lepunk.es/). Todos sembrando estrellas danzantes en nuestros pies. Haciéndonos vivir sin fecha ni pusilánimes pesares. Algunos ansiosos por apurar un cigarrillo entre canción y canción. Otros mirando con insistencia al técnico de sonido para que corrija un irritante acople. Algunas novias de los músicos quemando el tiempo en la barra, otro fin de semana más en aeropuertos o restaurantes de autopista. Seguidores incondicionales en primera fila que leen los papeles donde se apunta a mano, todavía, el orden de los temas y de los bises, o que les piden, como souvenir, sus púas a los músicos sudorosos y ebrios de adrenalina al final del concierto. Todas esas horas de ensayo en cuartos oscuros para que en unos instantes sintamos que tocamos el cielo, que las ciudades albergan pedazos de dicha.

 

 

 

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