Encuentro en Sils-Maria
“La ciencia no es una fiesta del espíritu, sino una especie de abyección, que exige el sacrificio de todo impulso de amor. El científico está condenado a eliminar el pálpito. (…)
La montaña es mi ’método’ y el alpinismo mi manera de imaginar. La montaña es una musculatura que revela fuerzas y densidades, rencores acumulados de rocas oprimidas. Y si las ondulaciones de los altozanos son un canto de victoria, un talud y un derrumbadero son, en cambio, derrota y melancolía. (…)
Del caos y de la desarmonía del comienzo del tiempo brotó la maravilla del deseo y sobre la espalda desnuda de la muerte viviremos el eterno retorno del deseo. (…)
Hoy día hay que aprender tanta geografía que los geógrafos ya no tienen tiempo ni ganas de viajar. Es posible que si toda la tierra desapareciese, ellos seguirían produciendo libros de geografía y sin enterarse. (…)
Haciendo girar el manubrio con el gesto hastiado de un hombre que se sabe superior, piensa que la esperanza es un veneno. Pero, por desgracia, él no tiene nada mejor.”
Luis Martín Santos, Encuentro en Sils-Maria
¿Cómo sería un encuentro entre Freud y Nietzsche? Esta fue una de las especulaciones teóricas y literarias del profesor de filosofía y sociología Luis Martín Santos al que no tuve ocasión de conocer por muy poco, ya que falleció casi cuando yo ingresé en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Pero sus libros de un singular marxismo fenomenológico no dejaron de intrigarme cuando era estudiante, y entre sus novelas deslumbrantes tenía este volumen aún estancado en casa, a la espera de un momento propicio para su lectura. Al volver de Viena hace unos días y recapacitar sobre mi ignorancia previa en torno a aquella ciudad, el libro me llamó de nuevo la atención y ha sido mi alimento durante unos días de asueto. Viena era la ciudad originaria de Freud, aunque en ella yo preferí visitar la casa inspirada por las obras de arte de Hundertwasser en lugar de encerrarme en el museo que honraba al pionero psicoanalista. ¿Qué explicación daría Freud a esa aversión -ocasional- por los museos? La verdad es que el pasado imperial y burgués de Viena me hizo recordar, fugazmente, el carácter políticamente conservador de Freud (¿cómo explicaría él mismo su aversión por las revoluciones?), pero un geógrafo me comentó allí que más de la mitad de la vivienda es pública, con lo cual pensé que Austria es hoy, en esta materia, más socialista incluso que muchos países nórdicos. Con respecto a la novela, ninguna objeción reseñable, excepto que el encuentro entre las dos figuras intelectuales es más parco de lo que uno va anhelando. Por el contrario, la prosa refinada y lírica de Martín Santos posee una maestría que uno no espera en un sociólogo (bienvenido, pues, a mis selectas excepciones). La metáfora de la montaña y de sus cumbres como lugar para llevar el pensamiento occidental a sus máximas alturas históricas, se puebla de una palpable materialidad, al igual que ocurre con los ademanes y detalles tangibles de las vidas acomodadas de quienes se van mezclando con los protagonistas. Aunque de un forma muy tangencial, no podían faltar las alusiones al tercero de los llamados “teóricos de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) y al fantasma del comunismo que recorría Europa a finales del siglo XIX. La novela, como cualquier otro viaje, sólo ofrece respuestas a las preguntas que nos hemos hecho durante mucho tiempo. Por eso a veces no deseas salir del hotel ni de los libros en que te internas, aunque te encuentres en lugares desconocidos o rodeado de decenas de personas. Sin preguntas, sin sospechas, sin “causas finales”, no viviríamos ninguna realidad plena y virtuosamente. Pero incluso estos básicos axiomas éticos se nos olvidan con frecuencia y pensamos que cada ciudad, cada libro, cada persona, nos va a ofrecer algo nuevo y acumulable sin poner nosotros nada en ese espacio sináptico. ¡Cuántas ilusiones, cuánto silencio!
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Fernando -