Bailar sobre una baldosa
El título de este libro de Jorge Riechmann aparecido el año pasado, tiene un título cautivador: Bailar sobre una baldosa. Una pista para ir resolviendo el enigma: sólo unos pocos, muy pocos, hacen del gozo de vivir un ejercicio de belleza, de reflexión sobre el mosaico que habitamos, y de alerta ante las señales de nuestra finitud ecológica. Voluntad de minoría, sí, pero también de agitación de mayorías. Riechmann juega a dos bandas. En una despliega toda una artillería de datos y citas sobre la actual catástrofe ecológica nunca antes experimentada en nuestro planeta (al menos, con la presencia de los homínidos). En paralelo nos muestra retazos de su biografía, aforismos de caminante, guijarros de ética, política y poética. Dice que persigue el sueño de Walter Benjamin de escribir un libro sólo con citas, pero no se resiste a darle su sentido a toda la enciclopédica recolección que hace de autores de todas las extracciones intelectuales posibles (desde la literatura hasta la sociología, la física, la neurología, etc.). Su empeño y desvelo tienen un enorme mérito. Y nos provee con una caja de herramientas cargada de sabiduría sosegada y de honestidad con sus propias convicciones en todos los órdenes de la vida. La vida, por delante de todo. Pero dentro de los límites de la naturaleza. Y la justicia y la utopía igualitaria como hilos de conexión entre todas las piezas de este collage. Para los adeptos, además, los ecos de Albert Camus o de René Char, rezumando por las cuatro esquinas. Para muestra, algunos botones:
“Lo que la poesía hace incesantemente es aproximar lo lejano, conectar lo desconectado, establecer vínculos que antes no existían. (…) El poeta no es un agente del orden. (…) Crear es descubrir nuevas metáforas.” (p.158)
“Hemos follado con diosas (que es lo que son todas y cada una de las mujeres durante un buen coito); y vamos a morir. Ante estos dos datos básicos de la existencia humana (mutatis mutandis para mujeres heterosexuales o varones homosexuales), todo lo demás palidece un poco.
Qué hermosa la etimología de follar: viene de la palabra latina follicare, respirar, jadear (derivada de follis, fuelle). De la misma raíz: holgar, holganza, huelga. Y de esta última la variante andaluza juerga.” (p. 388)
“Siempre habrá alguien a mi izquierda que me denuncie como derechista.” (p. 394)
“¿No convendría reparar en algo así como lo que -tentativamente- podríamos llamar acuerdo consigo mismo y con el cosmos? Esa especie de armonía, ¿no debería pesar mucho más que el aprecio o censura por nuestros méritos e iniciativas que recibamos por parte de la sociedad?
¿No deberían considerarse criterios decisivos de éxito o fracaso vital la veracidad con que uno vive su propia vida? ¿El grado en que contribuye a hacer mejor o peor la vida de la gente más cercana? ¿La felicidad subjetiva, el disfrute en la cotidianidad? (…) La pregunta decisiva es, a la postre: qué significa para mí vivir bien.” (p. 634)
3 comentarios
Synnøve -
Nosotros somos una parte de la Tierra: Mensaje del Gran Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos de América en el año de 1855.
Mis palabras son como estrellas.
El estado de Washington, al Noroeste de E.U, fue la patria de los Duwamish,
un pueblo que -como todos los indios se consideraba una parte de la Naturaleza,
la respetaba y la veneraba, y desde generaciones vivía con ella en armonía.
En el año de 1855 el decimocuarto Presidente de los Estados Unidos,
el demócrata Franklin Pierce, les propuso a los Duwamish que vendiesen
sus tierras a los colonos blancos y que ellos se fuesen a una reserva.
EL DISCURSO
El gran jefe de Washington nos envió un mensaje diciendo que
deseaba comprar nuestra tierra.
El Gran Jefe también nos envió palabras de amistad y buena voluntad.
Es una señal amistosa por su parte, pues sabemos
que no necesita nuestra amistad.
Pero vamos a considerar su oferta, por que sabemos que si no se la vendemos,
quizá el hombre blanco venga con sus armas y se apodere de nuestra tierra.
¿Quién puede comprar o vender el Cielo o la Tierra?
No podemos imaginar esto si nosotros no somos dueños
del frescor del aire, ni del brillo del agua.
¿Cómo él podría comprárnosla?
Trataremos de tomar una decisión.
Según lo que el Gran Jefe Seattle diga, el Gran Jefe en Washington
puede dejarlo, del mismo modo que nuestro hermano blanco
en el transcurso de las estaciones puede dejarlo.
Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen.
Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo,
cada brillante aguja de un abeto,
cada playa de arena,
cada niebla en el oscuro bosque,
cada insecto que zumba
es sagrado, para el pensar y el sentir de mi pueblo.
La savia que sube por los árboles, trae el recuerdo del Piel Roja.
Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron,
cuando desaparecen para vagar por las estrellas.
Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra,
pues es la madre del Piel Roja.
Nosotros somos una parte de la Tierra,
y ella es una parte de nosotros.
Las olorosas flores son nuestras hermanas,
el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos.
Las rocosas alturas, las suaves praderas,
el cuerpo ardoroso del potro y del hombre,
todos pertenecen a la misma familia.
Por eso cuando el Gran Jefe de Washington,
nos envió el recado de que quería comprar nuestra Tierra,
exigía demasiado de nosotros.
El Gran Jefe nos comunicaba que quería darnos un lugar,
donde pudiéramos vivir cómodamente.
Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos.
Pero, ¿será posible esto alguna vez?
Dios ama a vuestro pueblo, y ha abandonado a sus hijos rojos.
Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo,
y construye para él grandes pueblos.
Él hace que vuestra gente cada vez sea más poderosa,
día tras día.
Pronto invadiréis la Tierra, como ríos que se desbordan
desde las gargantas montañosas, por una inesperada lluvia.
Mi pueblo es como una corriente desbordada, pero sin retorno.
No, nosotros somos de razas diferentes.
Nuestros hijos no juegan juntos
y nuestros ancianos no cuentan las mismas historias.
Dios os es favorable y nosotros estamos huérfanos.
Meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la Tierra.
No será fácil, porque esta Tierra es sagrada para nosotros.
Nos sentimos alegres en este bosque.
No sé porqué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra.
El agua cristalina, que brilla en arroyos y ríos,
no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados.
Si os vendemos nuestra Tierra, habéis de saber que es sagrada,
y que vuestros hijos aprendan que es sagrada,
y que todos los pasajeros reflejos en las claras aguas
son los acontecimientos y tradiciones que refiere mi pueblo.
El murmullo del agua es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed.
Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
Si vendiésemos nuestra Tierra tenéis que acordaros,
y enseñar a vuestros hijos
que los ríos son nuestros hermanos - y los vuestros -,
y que tendréis desde ahora que dar vuestros bienes a los ríos,
así como a otros de vuestros hermanos.
El Piel Roja siempre se ha apartado del exigente hombre blanco,
igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente.
Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas,
son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles,
esta parte de la Tierra nos es sagrada.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar.
Para él una parte de la Tierra es igual a otra,
pues él es un extraño que llega de noche
y se apodera en la Tierra de lo que necesita.
La Tierra no es su hermana, sino su enemiga,
y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo.
Abandona la tumba de sus antepasados y no le importa.
Él roba la Tierra de sus hijos, y no le importa nada.
Él olvida las tumbas de sus padres,
y los derechos de nacimiento de sus hijos.
Trata a su madre la Tierra, y a su hermano, el Cielo
como cosas que se pueden comprar y arrebatar,
y que se pueden vender, como ovejas o perlas brillantes.
Hambriento, se tragará la tierra,
y no dejará nada, sólo un desierto .
No sé pero nuestra forma de ser, es diferente a la vuestra.
La vista de vuestras ciudades hace daño a los ojos del Piel Roja.
Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende.
No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos,
no hay ningún lugar donde oír crecer las hojas en primavera
y el zumbido de los insectos.
Pero quizá es por que yo sólo soy un salvaje, y no entiendo nada.
La charlatanería sólo daña a nuestros oídos.
¿Qué es la vida si no se puede oír el grito solitario del pájaro chotacabras,
o el croar de las ranas en el lago al anochecer?
Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.
El indio puede sentir el suave susurro del viento,
que sopla sobre la superficie del lago,
y el soplo del viento limpio por la lluvia matinal,
o cargado de la fragancia de los pinos.
El aire es de gran valor para el Piel Roja,
pues todas las cosas participan del mismo aliento:
el animal, el árbol, el hombre, todos participan del mismo aliento.
El hombre blanco parece no considerar el aire que respira;
a semejanza de un hombre que está muerto desde hace varios días
y está embotado contra el hedor.
Pero si os vendemos nuestra Tierra
no olvidéis que tenemos el aire en gran valor;
que el aire comparte su espíritu con la vida eterna.
El viento dio a nuestros padres el primer aliento,
y recibe el último hálito.
Y el viento también insuflará a nuestros hijos la vida
y si os vendiéramos nuestra Tierra,
tendríais que cuidarla como un tesoro,
como un lugar donde también el hombre blanco sepa
que el viento sopla suavemente sobre las flores de la pradera.
Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las cosas.
He visto mil bisontes putrefactos, abandonados por el hombre blanco.
Los mataron desde un convoy que pasaba.
Yo soy un salvaje y no puedo comprender
cómo el caballo de hierro que echa humo, es más poderoso que el búfalo,
al que sólo matamos para conservar la vida.
¿Qué es el hombre sin animales?
Si todos los animales desapareciesen
el hombre también moriría, por la gran soledad de su espíritu.
Lo que les suceda a los animales,
luego, también les sucede a los hombres.
Todas las cosas están estrechamente unidas.
Lo que le acaece a la Tierra
también les acaece a los hijos de la Tierra.
Tenéis que enseñar a vuestros hijos
que el suelo que está bajo sus pies
tiene las cenizas de nuestros antepasados.
Para que respeten la Tierra, contadles que
la Tierra contiene las almas de nuestros antepasados.
Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros enseñamos a los nuestros:
que la Tierra es nuestra madre.
Lo que le acaece a la Tierra,
les acaece también a los hijos de la Tierra.
Cuando los hombres escupen a la Tierra,
se están escupiendo a sí mismos.
Pues nosotros sabemos que
la Tierra no pertenece a los hombres,
que el hombre pertenece a la Tierra.
Eso lo sabemos muy bien.
Todo está unido entre sí,
como la sangre que une a una misma familia.
Todo está unido.
Lo que acaece a la Tierra
les acaece, también, a los hijos de la Tierra.
El hombre no creó el tejido de la vida, sólo es una hilacha.
Lo que hagáis a este tejido os lo hacéis a vosotros mismos.
No, el día y la noche no pueden vivir juntos.
Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces ríos de la Tierra,
y regresan de nuevo con el suave paso de la Primavera,
y su alma va con el viento, que sopla rizando la superficie del lago.
Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco
nos compre nuestra Tierra.
Pero mi pueblo pregunta:
¿qué es lo que quiere el hombre blanco?
¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la Tierra,
o la velocidad del antílope?
¿Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a poder comprarlas?
¿Es que, acaso, podréis hacer con la Tierra lo que queráis,
sólo por que un Piel Roja firme un pedazo de papel
y se lo dé al hombre blanco?
Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el brillo del agua,
¿cómo vais a poder comprárnoslo?
¿Es que, acaso, podeis comprar los búfalos
cuando ya habéis matado al último?
Consideraremos vuestra oferta.
Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco
y se apoderará de nuestra Tierra.
Pero nosotros somos unos salvajes.
El hombre blanco que va en pos de la posesión del poder,
ya se cree que es Dios, al que le pertenece la Tierra.
¿Cómo puede un hombre apoderarse de su madre?
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestra Tierra.
El día y la noche no pueden vivir juntos.
Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva.
Queremos vivir a parte y en paz.
No importa dónde pasemos el resto de nuestros días.
Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos.
Nuestros guerreros estarán avergonzados.
Después de la derrota pasarán sus días en la holganza,
y envenenarán sus cuerpos con dulces comidas y fuertes bebidas.
No importa dónde pasemos el resto de nuestros días.
No quedan ya muchos.
Sólo algunas horas, un par de inviernos,
y no quedará ningún hijo de la gran estirpe
que en otros tiempos vivió en esta Tierra,
y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque,
para gemir sobre las tumbas de su pueblo,
que en otro tiempo fue tan poderoso
y lleno de esperanza como el vuestro.
Pero,
¿por qué consternarse con la desaparición de un pueblo?
Los pueblos están constituidos por hombres.
Es así.
Los hombres aparecen y desaparecen como las olas del mar.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina a su lado,
y habla con él, como el amigo con el amigo,
puede liberarse del común destino.
Quizás seamos hermanos.
Esperamos verlo.
Sólo sabemos una cosa
- que quizá un día el hombre blanco también descubra -,
y es que nuestro Dios es el mismo Dios suyo.
Vosotros, quizá, penséis que lo poseéis
- igual que tratáis de poseer nuestra Tierra -,
pero no podéis.
Es el Dios de todos los hombres,
lo mismo de los Pieles Rojas que de los blancos.
Aprecia mucho esta Tierra y el que atente contra ella
significa que desprecia a su Creador.
También los blancos desaparecerán,
y quizá antes que otras estirpes.
Continuad contaminando vuestro lecho
y una noche moriréis en vuestra propia caída.
Pero al desaparecer brillareis por el fuego del poderoso Dios,
que os trajo a esta Tierra,
y que os destinó a dominar al Piel Roja en esta Tierra.
Este destino es para nosotros un enigma.
Cuando todos los búfalos hayan muerto,
los caballos salvajes hayan sido domados,
y el rincón más secreto del bosque
haya sido invadido por el ruido de muchos hombres,
y la visión de las colinas esté manchada por los alambres parlantes,
cuando desaparezca la espesura, y el águila se haya ido,
esto significará decir adiós al veloz potro y a la caza.
El final de la vida -y el comienzo de la otra vida.
Dios os concedió el dominio sobre los animales, los bosques y los Pieles Rojas
por un determinado motivo.
Y este motivo es un enigma para nosotros.
Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos
qué es lo que sueña el hombre blanco,
qué ideales les ofrece a los hijos en las largas noches invernales,
y qué visiones arden en su imaginación,
hacia las que tienden el día de mañana.
Pero nosotros somos salvajes,
los sueños del hombre blanco nos están ocultos,
y porque nos están ocultos
nosotros vamos a seguir nuestro propio camino.
Pues, ante todo, nosotros estimamos
el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea,
aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos.
No es mucho lo que nos une.
Consideraremos vuestra oferta.
Si aceptamos es sólo por asegurarnos la reserva que habéis prometido.
Quizá allí podamos acabar los pocos días que nos quedan
viviendo a vuestra manera.
Cuando el último Piel Roja de esta Tierra desaparezca
y su recuerdo sea solamente
la sombra de una nube sobre la pradera,
todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados
en estas orillas y estos bosques.
Pues ellos amaban esta Tierra,
como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre.
Si os llegáramos a vender nuestra Tierra,
amadla, como nosotros la hemos amado.
Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos,
y conservad el recuerdo de esta Tierra tal como os la entregamos.
Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón,
conservadla para vuestros hijos,
y amadla, tal como Dios nos ama a todos.
Pues hay algo que sabemos,
que Dios es el mismo Dios.
Esta Tierra es sagrada para Él.
Ni siquiera el hombre blanco se puede librar del destino común.
Quizá somos hermanos.
Esperamos verlo.
POLIKARPOV -
POLIKARPOV -
Hugo abraza a Ariadna, ella se pone a horcajadas encima de su cuerpo. Así estarás más cómodo Corto. Ya sabes que así es como más me gusta follar. Asi lo llaman ahora los jóvenes, follar, no suena mal, ¿verdad?. Ariadna se ríe por su deformación de filóloga cuando piensa que follar en el siglo XVIII significaba soplar con fuelle, cien años después significaba soltar una ventosidad y solo en el siglo XX comenzó a usarse para aludir a practicar el coito. Imagino que tu preferirás esa cursilería francesa de hacer el amor. Yo prefiero follar. Me parece una forma buena de morir. Ariadna cierra los ojos. Hugo cierra los ojos y ya no son dos viejos casi centenarios, El marinero siente que está dentro de ella como quién se lanza al mar un día caluroso de Julio y la brigadista siente el abrazo del hombre, su calor, su deseo y se ríe, le besa y siente también esa sonrisa en sus labios.