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Recibo con el iris felino de las sombras
tus zalamerías.
Nada postergo. Toma las mías.
La mujer que llevo dentro eleva
su líquida oración y desvela.
Apenas sentí el relente del desierto
y el día recién nacido trinaba
despacio.
Los dedos que juegan y nos recorren,
nos restañan. Ahuyentan
la prematura erosión.
¡Cómo vibra el dátil del ojo
cuando invoca desde sus celosías!
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