Assilah
Abrupto, con sus últimos coletazos antes
de ser apaciguado por una luna poderosa,
el viento sin origen regala una belleza laxa
a las prendas tendidas en las azoteas encaladas,
recortadas asimétricamente sobre el mar.
Una muchacha de tez muy oscura y con una
larga melena de azabache ligera y ondulante
ha subido a retirar las banderas vacías de
cuerpos y las pinzas que las sujetaban al
milagro de esta guerra cotidiana. Sus gestos
resueltos y con la precisión que permite la
brusquedad de las ráfagas, dibujaban las
fuentes sombrías de una juventud pletórica
por debajo de cada pliegue del rosáceo
algodón. Al descubrir mi mirar ha vuelto
ataviada con un pañuelo, nada más, que apenas
disimula su encrespado rubor y prosigue
ufana, ciñendo sus brazos al cielo como
una enredadera que emana de su hogar
salobre. Impasible, en gratitud serena por el
archipiélago de astros y bullicio que me
arropa, con los labios sumergidos en ese
té mentolado y empalagoso que nos mimetiza,
la veo declinar como una golondrina
acompasa al poniente. Llaman a orar
desde varias mezquitas a la vez, corretean
jubilosos los niños entre las callejas sin
temor a las leyes espurias. Aún hay tendales
repletos de esa graciosa levedad y enfría
y oscurece entre farolillos naranjas. De un
horizonte de arena y fósiles vine al
refugio de esta vida abigarrada, siempre a la
sencillez costera que sonríe y huele a
vegetales festivos. Me sumerjo yo también,
fiel al ocaso rutinario, en las aguas acrisoladas
de una casa que sueña inmóvil y por eso se
presta al vuelo de la introspección. Es abril
y se afilan los pétalos cabalgando en lo sublime.
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