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ateo poeta

Assilah

Assilah

 

Abrupto, con sus últimos coletazos antes

de ser apaciguado por una luna poderosa,

el viento sin origen regala una belleza laxa

a las prendas tendidas en las azoteas encaladas,

recortadas asimétricamente sobre el mar.

Una muchacha de tez muy oscura y con una

larga melena de azabache ligera y ondulante

ha subido a retirar las banderas vacías de

cuerpos y las pinzas que las sujetaban al

milagro de esta guerra cotidiana. Sus gestos

resueltos y con la precisión que permite la

brusquedad de las ráfagas, dibujaban las

fuentes sombrías de una juventud pletórica

por debajo de cada pliegue del rosáceo

algodón. Al descubrir mi mirar ha vuelto

ataviada con un pañuelo, nada más, que apenas

disimula su encrespado rubor y prosigue

ufana, ciñendo sus brazos al cielo como

una enredadera que emana de su hogar

salobre. Impasible, en gratitud serena por el

archipiélago de astros y bullicio que me

arropa, con los labios sumergidos en ese

té mentolado y empalagoso que nos mimetiza,

la veo declinar como una golondrina

acompasa al poniente. Llaman a orar

desde varias mezquitas a la vez, corretean

jubilosos los niños entre las callejas sin

temor a las leyes espurias. Aún hay tendales

repletos de esa graciosa levedad y enfría

y oscurece entre farolillos naranjas. De un

horizonte de arena y fósiles vine al

refugio de esta vida abigarrada, siempre a la

sencillez costera que sonríe y huele a

vegetales festivos. Me sumerjo yo también,

fiel al ocaso rutinario, en las aguas acrisoladas

de una casa que sueña inmóvil y por eso se

presta al vuelo de la introspección. Es abril

y se afilan los pétalos cabalgando en lo sublime.

 


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