Por tus pupilas armónicas sé que deseas habitar una diáfana estancia, teñida de relámpagos y con la disposición a la luz estremecedora. Intuyo que admiras la maduración verdadera del espíritu ávido de cerezas y de nubes consteladas. En tus senos se erizan las leyes remotas y marítimas que silban a la libertad del aire imprevisto.
Saciaste tu sed en el pozo de los amantes subterráneos, mas nada nos anega para siempre. Atisbo las cometas fuera de la crisálida repentina. Fertilizo los geranios que frenan la electricidad estática irradiando lágrimas de presencia. Quiero que existas fiel a tus vigilias como los depredadores acechan en vilo, miméticos a la floración.
En las redes oníricas que se saturan de abundancia, te eriges en mi albaceas. Tus tirabuzones y áureas mechas penden sobre mi rostro perenne si ausculto tus pulsaciones. Eres la manzana que reina sobre las copas estivales. Tomo el tren que me da calma y lánguidos paisajes para alcanzar los confines del vidrio. No temo a la totalidad que luzca desde el candor de tus gestos.
Porque el espacio puntilloso se ondula y resucita, es necesario amar el frágil crecimiento. Acercar las voluntades insurrectas. A la gravitación le sobran arneses. A las palabras de canela les damos el aliño de la erupción instada. En tu corazón oigo el rumor agitado de lo inefable sin pesadumbre, cántico de orfebre.
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