Si se lograse medir,
el peso atómico del amor se demostraría
equivalente al del dolor.
Aunque por usos y costumbres aparentan
el trasvase mutuo de sus masas,
sería más preciso afirmar que comparten
surcos y estrías como los hemisferios
de una nuez imaginaria dentro
de una misma cáscara real.
Más aún, se podría estimar con una elevada
probabilidad estadística que ni se repelen
ni se neutralizan sino que moran
entrelazados como siameses involuntarios
o, por utilizar otro didáctico símil,
que danzan armoniosos como patinadores
sobre el hielo, siempre afanados
en evitar el accidente.
Injustamente se le atribuye al amor
la culpabilidad del dolor y a éste
la insaciable persecución del otro,
pero ninguno debería comparecer a solas
ante un tribunal sin resentimiento.
Fotografía: Sturges
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