Con el paso de los años
se acentúan los rasgos únicos
que siempre nos parecieron casuales.
Medra el vello donde reside la ternura,
se sonrosa la piel expuesta a la inspección pública,
los ganglios de la verdad se inflaman como tumores,
cargamos con más peso en cada mudanza.
También se dulcifican nuestros miedos lácteos
o se nos afilan los colmillos si la vida resultó áspera
y nos hizo mella en los dedos.
Es preciso, no obstante, contrapesar
los dones naturales:
despojarnos de las culpas atómicas,
seguir interrogando a la esencia de la rosa,
nutrir de desnudez lo compartido,
imitar las fluctuaciones meteorológicas.
Entonces miro mi vanidad y mi juventud
a partes iguales y sé que se engañaban
continuamente.
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