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ateo poeta

 

Hoy he vuelto a vestirme con la sombra de mi mismo.

 

Con suma discreción he acompasado mis horarios, mis tareas higiénicas y mi carencia de pensamientos a los del sujeto a quien oscurezco.

 

En silencio he observado su conducta deambulante y sus ímprobos esfuerzos para no parecer dubitativo.

 

Durante algunos minutos, guarecido de otras miradas, ha apoyado en mí su propio silencio y los rayos del sol radiaban en la piel dorada de su mediodía.

 

No puedo culparle por su indiferencia. Debajo de este traje apenas visible no habita nadie mucho más visible. Y, sin embargo, sé que me necesita.

 

Podría dialogar con mi mismo durante horas acerca del ser, de sus verticales descensos y quimeras, pero nadie escucha a su sombra.

 

Podría abrazar al hombre que persigo, hurtarle el frío, disminuir, pero sólo otro cuerpo y otra sombra pueden incendiar sus ojos remotos.

 

Cuando regresemos a casa vaciaré todos los bolsillos, colocaré en su sitio el cinturón que me oprime y me incorporaré lentamente a su sueño para recordarme.

 

Mañana, como la mayoría de los días, dejaré que mi sombra recorra su propio camino.

 

 Fotografía: Jacques Henri Lartigue

 


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