Bailabas, sí, bailabas incluso sin
despeinarte, siempre volviendo al
equilibrio contingente, nada podía
arrebatarte aquella soberanía del licor,
tu derecho al trance, la celebración
de los ecos y reflejos y pálpitos que
de la vida soluble apenas atisbamos,
antes de que todo periclite y se marchite,
con tu mirada desnuda y tus labios
sustitutos de la lactancia perdida,
bailabas, sí, dulcemente mecida por
las sombras de la gravedad, leyendo
el mundo al revés, desde la instancia
sublime donde todo adquiere su sabor
y desaparece la ley de la tristeza,
desde la guía luminosa y vocal sin
texto ni guión ni hermenéutica,
abrazándote al aire naranja y al
infinito espacio emergente de tus
movimientos, del agua salada que
expelía tu divinidad, de la noche
clara y difusa en tu refugio cobrizo,
antes de que ya no seamos, antes de
que todo silencio nos enmudezca.
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