Hasta en los días más crudos:
las muescas e incisiones
en la densa capa de nubes
al objeto de permitir que nos ilumine
la geometría del desorden.
El solaz de la libido
es renuente a la voz de su amo,
al rey desnudo, a los tigres de papel,
a los trabajos forzados.
Un perpetuo horizonte de mundo
que abarca la música de las aves:
así se esparcen las cenizas,
refulge el flúor de lo halagüeño,
se deshiela la leche
sobre una lengua almidonada.
Un rostro de crisantemos
acuciado por una sed translúcida:
en la fatiga de su extravío
madura la dulce cosecha,
le conciernen labios en lugar
de alambradas, como en tantas otras
infancias, acaricia lo breve
y lo inmortal.
Ilustración: Alberto Mielgo
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