Otro diciembre, el tercero, en Copenhague
Era la nieve inmensa,
el manto de nieve
que cubría las llanuras,
la nieve basta y excesiva,
la esperada, la que acontece
como imperio del paisaje,
era la nieve apilada
en los márgenes de las vías,
la pura y la mancillada,
la envejecida, la ennegrecida,
la crasa nieve, la hermana
de las placas de hielo
traicioneras, era ese paisaje
dulce, tendiendo a lo inmóvil
y al mutismo, la nieve
blanquísima y la dádiva
para que no haya sed,
eran el calzado y el atuendo
apropiados a esta frialdad,
las pieles pálidas y también
las pieles oscuras y todo
abrigo de esa inhóspita
intemperie, de esa luz
que quema las pupilas,
eran millones de metros
cúbicos de nieve
despejados
por las máquinas
de los lugares
con más tránsito y eran
las bicicletas que seguían
circulando, con esa alegre
falta de pasión, incluso
en las circunstancias
más adversas.
Fotografía: Gordon Parks
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