Me adviertes de lo pernicioso
que es encerrarse en casa sin
cultivar una mínima vida social.
Temes que desarrolle un nuevo
caparazón por encima de la piel,
de la ropa y de otros intangibles
emocionales por culpa del laberinto
lúgubre -mas lleno de palabras floridas-
en el que incurro con cierta
atracción masoquista.
Sabes que detesto la adicción
al trabajo, la disciplina impuesta
y toda autoridad, pero desconfías
de verme conectado a la máquina
hasta altas horas de la madrugada.
Yo también me burlo de mí mismo
y preconizo una vida más disoluta,
por lo que sospecho que la diligencia
laboral y el oscurantismo de mi
espíritu no son cualidades innatas
sino fruto de muchos golpes
y de presentir que, en el fondo,
desde que te fuiste,
todo está perdido.
Fotografía: Lewis Hine
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