Anotas disciplinado
las citas en la agenda,
pero haces caso omiso
a las alarmas. En realidad,
siempre has odiado
madrugar.
Colocas en el escritorio
los documentos y carpetas
más urgentes como si eso
bastara para conducir
tus prioridades. Y no,
ni aunque parpadeasen
con luces de neón.
Al correo electrónico
le atribuyes etiquetas
de colores y estrellas
radiantes, archivas
el que ha caducado,
a veces por abandono
o desnutrición,
como un perro
huérfano, porque,
en el fondo, sabes
que da igual, que no
le prestarás la más
mínima atención.
Es extraño este orden
compulsivo, la efímera
tranquilidad que da
y la traición constante
que le infliges, como
si otras obsesiones
más inclasificables
guiaran de verdad
tu conducta.
Fotografía: Gloria Rodríguez
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