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ateo poeta

 

Me gustan mucho

los besos furtivos

y robados en momentos

de normalidad, entre

la masa de gente

más o menos anónima,

o en medio de eventos

aburridos y formales.

Esos que se extravían

del plan de actividades

previsto y que te pillan

por sorpresa,

desarmado y feliz,

que no son adjetivos

antónimos, que yo sepa.

 

También me agrada

que sean apasionados,

incluso tipo ventosa

o tornillo -complementados,

si se quiere, con las manos

sujetando la nuca-,

pero dejando un rastro

de silencio tras de sí,

como esa música

que se frena en seco

y no sabes si continuará

de nuevo y tu respiración

entrecortada se conecta

rauda con tu cerebro

imaginando los siguientes

acordes mientras te relames

la miel de los labios.

 

Los otros, los besos

rutinarios también cumplen

su función fática -la de

mantener el vínculo-,

qué duda cabe, pero

tienen muchas flores

que envidiar a los

arriba mencionados.

 

 

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