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ateo poeta

 

Las dedicatorias

en el frontispicio

pueden sonrojar

y también empalagar.

 

Aunque agraden

a su destinatario,

dejan una huella semejante

a los relatos ostentosos

de las vacaciones.

 

A quiénes conocemos,

en cuántos lugares hemos

aterrizado.

(¿Y tú de quién eres, chaval?

Repetían en el pueblo

hasta la saciedad.)

 

Nos inventamos un currículo,

sumamos nombres,

nos presentamos en alianza

con un oscuro capital

social.

(¿Y quién puede saborear

un vínculo afín?)

 

Pero lo mejor ya se ha perdido,

irremisible,

y se estremecería la tierra

si alguien nos preguntara

por la luz única

de esos recuerdos.

 

 

Fotografía: Manuel Toro

 

 

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