Sabíamos que la manifestación
en defensa del sistema
público de salud
tendría lugar a las doce
del mediodía.
No pudimos prever
que un arrebato
de solidaridad
-apenas un cuarto de hora antes
de salir de casa-
nos postraría desnudos
sobre la mesa de operaciones
de la cocina.
Al objeto de paliar
nuestras más oscuras dolencias
nos prescribimos
una rápida exploración
de los órganos vitales,
aunque con las prisas
se derramó la confitura
y se vertió la leche tibia
sobre tu convulso
vientre.
Con esas dulces medicinas
en los labios y dosificadas
contra reloj
nos mordimos
con impaciencia
hasta perder del tiempo
toda noción
y rendirnos al cuidado
de los brazos intensivos
tras el grito final
y turgente.
El resto de la jornada
reivindicativa transcurrió
sin mayores
incidencias
reseñables.
Fotografía: Arne Wahlen
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