Los alegatos a favor
de la revolución
siempre me parecieron
un abrigo de talla
extra grande
y me quedaban,
la más de las veces,
sobradamente holgados.
Por mucha necesidad
que tengamos de desinfectar
la cabina de mando
y de repartir
la abundancia
de este insólito paraíso,
no puedo evitar preguntarme:
¿quién cocinará y no sólo
por devoción o salario?
¿quién limpiará todos
los espacios
que habitamos?
¿y quién dará de beber
a las plantas de cualquier
edad y condición
-sí, también metafóricamente
hablando?
En fin,
¿cómo nos amaremos,
con qué delicadísima
ética de lo cotidiano?
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